Bienvenida

Mi agaponi, Perico, te da la bienvenida! Volando de un lado a otro, de una cabeza a otra, de un corazón a otro, de un alma a otra. Picando cabezas, corazones, almas, miradas, añoranzas, sensaciones. Picandote a tí, a mí. Sus alas hacia lo magico.



miércoles, 2 de marzo de 2011

Amen Dick


3 -EL MESÓN DEL SURTIDOR

Podría haber sido el principio de un cuento entrañable. Una civilización de la apariencia: la comida y el lujo alimentario, el cuerpo y el gesto, las cosas de adorno personal arrebatando. Un cuento de abuela. Una magnífica piedra preciosa, por ejemplo. Comiendo pequeños peces, crustáceos y también organismos microscópicos marinos. El placer que causaría la percepción de los sentidos. Esa visión superficial aumentaría desde una idea más amplia. De Dick, ni rastro. Acaecería cada vez con mayor necesidad, con mayor prontitud, la plenitud de lo efímero. Podría notar como el agua del mar se me congelaría en la cara. Los desengaños serían tan execrables, tan amplios que nos inspirarían a ir contracorriente, y a ser mejores. ¿Dónde estarían los ídolos que vosotros invocabais al lado de Dios? La medida estaría llena y pronto llegaría a su colmo. Seria insaciable, no podría tenerlo todo. Varios clavos se romperían mientras fuera perdiendo el equilibrio. Me sentiría confundido. No se vería, por todas partes, otra cosa que homicidios, odios y disputas. La ira, el temor, la agresividad. La grosera realidad física. El mundo moderno sucumbiría a la seducción de las cosas acabadas, en un mundo de artículos abandonados y materiales desechos. El error se precipitaría por un plano inclinado, mientras que la verdad tendría que ir penosamente cuesta arriba. Se acabaría el tiempo para dudar.
Los antiguos éramos más sobrios. Si en la vida material no nos entregábamos absolutamente a los sentidos, estas ilusiones despertaban en nosotros la reminiscencia del mundo superior en que ya habíamos vivido. En la mano portábamos una lanza y una espada. ¡Alabado nuestro Dios que hacía bien todo lo que hacía y que protegía aun a los que no lo confesaban! ¡Oh locura pueril la de invocar su ayuda! Todo el mal y toda prueba no residían en nosotros. Tenía perfecta confianza en la obra creada por sus manos. Teníamos que cum­plir con la exigencia de la autorreflexión si queríamos aprehender la realidad y entender su sentido. Su nombre se consumía en el fuego, destruyendo así los años bajo su dominio.
La tierra estuvo hablando anoche sobre fórmulas místicas de la antigüedad y del medioevo. Vagamos por toda la isla en busca de algún escondrijo donde resguardarnos. Nos acercamos a lo infinito y a lo eterno. La Edad de Oro del Mundo. La planta entera y, sobre todo, la raíz. Por lo menos, eso es lo que podemos decir.

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